Una caricia en la noche es un puente,
tal vez un andamio hacia
algún planeta que dios dejó caer de su bolsillo, mientras danzaba
junto a los últimos moribundos del amor.
Una caricia es un atajo al sol, una voz que ahonda en los sentidos
y les deja un aroma a playa y a esas primeras flores
que por curiosidad olfateamos.
Una caricia, es en esencia un beso sin su significante.
Un pulpo de estrellas que adormece y diluye el tránsito del día,
la espera cotidiana en el andén, la cola del banco, el ir y venir sobre
tanto cemento.
Una caricia cuando sabe atinar en la inquietud, desnuda la mirada
y sale el sol en las olas y las alas de esas estatuas que perdieron su gloria,
porque tanto excremento en los hombros no debe ser motivo de dignidad.
Una caricia, esta, aquella caricia, sabe buscarte las respiraciones aun
en tanta niebla envejecida, en tanto humo civilizado y racional, porque estar
acorde con las nuevas tendencias musicales, de moda y actualidad de efímero plástico, nunca fue mi hipocresía.
Entonces nací en tu caricia tuya y mía y nuestra,
como idea que recorre el cuerpo de tan luna,
de tan tango viñedo sabiéndote la lengua y el gusto,
y el olfato, ese que fundó en mi pecho el big bang,
la revolución armada sólo de tu voz.
Una caricia no es un discurso, al menos no hablado.
Una caricia encuentra su materia en el topónimo
de una anatomía intuida, nunca deseada, porque su médula
espinal es de misterio y no precaución o acondicionamiento.
Esta caricia que ahora viaja por tu pie como queriendo liberar su sótano,
el mal humor de sus pisadas,
la tardanza del viento y sus cosquillas, sale a fumar hierba y ahora es el corazón quien te toca el silencio y lo cobija con mi abrazo menos cansado y tembloroso.
Entonces se abre un sol en el espacio,
algún planeta que dios dejó caer de su bolsillo, mientras danzaba
junto a los últimos moribundos del amor.
Una caricia es un atajo al sol, una voz que ahonda en los sentidos
y les deja un aroma a playa y a esas primeras flores
que por curiosidad olfateamos.
Una caricia, es en esencia un beso sin su significante.
Un pulpo de estrellas que adormece y diluye el tránsito del día,
la espera cotidiana en el andén, la cola del banco, el ir y venir sobre
tanto cemento.
Una caricia cuando sabe atinar en la inquietud, desnuda la mirada
y sale el sol en las olas y las alas de esas estatuas que perdieron su gloria,
porque tanto excremento en los hombros no debe ser motivo de dignidad.
Una caricia, esta, aquella caricia, sabe buscarte las respiraciones aun
en tanta niebla envejecida, en tanto humo civilizado y racional, porque estar
acorde con las nuevas tendencias musicales, de moda y actualidad de efímero plástico, nunca fue mi hipocresía.
Entonces nací en tu caricia tuya y mía y nuestra,
como idea que recorre el cuerpo de tan luna,
de tan tango viñedo sabiéndote la lengua y el gusto,
y el olfato, ese que fundó en mi pecho el big bang,
la revolución armada sólo de tu voz.
Una caricia no es un discurso, al menos no hablado.
Una caricia encuentra su materia en el topónimo
de una anatomía intuida, nunca deseada, porque su médula
espinal es de misterio y no precaución o acondicionamiento.
Esta caricia que ahora viaja por tu pie como queriendo liberar su sótano,
el mal humor de sus pisadas,
la tardanza del viento y sus cosquillas, sale a fumar hierba y ahora es el corazón quien te toca el silencio y lo cobija con mi abrazo menos cansado y tembloroso.
Entonces se abre un sol en el espacio,
y el contrabajo va guiando el pulso porque si no la
noche llegaría hasta aquí, y esta caricia irremediablemente quedaría, como una
horca, una tristeza o una bala.